Los aviarios ofrecen la oportunidad de realizar una arquitectura aparentemente ligera, pues necesitan difuminar el límite entre el interior y el exterior del edificio y, a la vez, tratan de no desentonar con el medio vegetal donde suelen construirse. El que Cedric Price levantó en el zoo de Londres o el gigante que Frei Otto ideó para Hellabrunn (Alemania) son dos lugares inolvidables capaces de marear las fronteras entre naturaleza y artificio.



El espacio de los aviarios es el de los pájaros, un lugar donde se puede volar. Por eso, a pesar de ser en realidad grandes jaulas, precisan eliminar la idea de encierro, salvar la condición de espacio recluido desarrollando una fuerte vinculación con el contexto paisajístico. Algo así fue lo que intentó el estudio de arquitectura suizo Group 8, que eligió instalar una pajarera en un bosque de Ginebra sobre una isla artificial (preexistente) para limitar el acercamiento de las personas a los pájaros y, a la vez, para  no impedir su contemplación. Así, con la isla como pedestal, o con el agua como foso para retener a los visitantes, los pájaros se mueven por el aviario y quienes acuden a verlos los contemplan desde un sendero serpenteante que, con su sinuoso recorrido, ofrece diversas perspectivas desde las que contemplar los pájaros.
Una pieza de hormigón, sujeta por pilares con forma de ramas de árbol, corona el aviario a una altura de 10 metros. Las ramas metálicas sirven también para que las aves se posen en ellas. Un cajón de hormigón recorta la puerta de acceso para los encargados del mantenimiento. El resto es evanescente, malla metálica envolviendo a los pilares-rama metálicos.  
Cuentan los arquitectos de Group 8 que para idear esa estructura se inspiraron en las experimentales que inició Gaudí y perfeccionó Frei Otto: “pasamos de la intuición y las formas libres a la racionalización y la modularidad en el método de cálculo”. Así, como en un bosque, cada uno de los 16 pilares que sostienen el aviario es distinto y único. Entre todos sujetan la cubierta y conforman la estampa frágil, y fuerte a la vez, de un bosque de árboles jóvenes. La malla metálica fina que envuelve las ramas protege a los pájaros, pero los deja volar. Casi como si estuvieran libres en el bosque de Le Bâtie, donde los niños de Ginebra van a conocer de cerca las cabras y los jabalíes. También algunos pájaros.



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