El otro día hablábamos con el hijo de un buen amigo y a la pregunta sobre qué le gustaría ser de mayor, el niño respondió sin ningún tipo de titubeo: ¡Arquitecto! Con 4 años está muy bien tener las cosas claras, aunque es evidente que, en este caso, la inocencia es atrevida. Si ya eres un recién titulado, a muchos de los temas a los que a continuación trataremos, ya te habrás enfrentado con ellos cara a cara. Si estás en la escuela no tenemos claro como verás nuestras palabras y si acabas de empezar o estás pensando estudiar arquitectura, ojalá no seamos nosotros los que te desanimemos de tan arriesgada decisión.
Hace unos días, Julen Asua, uno de los dos responsables del estupendo blog de Multido, nos dejaba un interesante comentario en el blog, del que rescatamos la siguiente reflexión,
“No hay buenos profesores porque no saben a lo que se dedican ni tienen idea de cómo promover en el alumno las “ganas y la ilusión” por aprender (…) No hay buenos profesores porque no emocionan, ni ilusionan, ni saben despertar las ganas del alumno para equivocarse… para fallar… para arriesgar… para acertar… y en la escuela para qué hablar… Las aulas no son instrumentos para que profesores con problemas de autoestima humillen a un alumno que no sigue sus directrices al pie de la letra… Las aulas no son un juego. Las aulas son el futuro de la profesión… y del mundo…
Las escuelas de arquitectura tienen una responsabilidad mucho mayor de lo que pudiera parecer y es una gran irresponsabilidad que no se asuman una serie de cambios más que necesarios. Los estudiantes entregan muchos años de su vida como para no recibir una formación mejor a cambio. Por ello,  hoy nos gustaría centrarnos en qué ocurre cuando se produce el  deseado y, a  la vez, temido momento del desembarco en el mundo profesional.
¿Hasta qué punto el joven arquitecto está realmente formado o, en vez de ello, queda  en manos del destino? Una vez que el alumno termina  la carrera de arquitectura, a uno se le queda la sensación de que acaba de subir diez puertos de alta montaña seguidos. Los cinco intensos años de formación, en muchos casos, solo son un prólogo de la gran odisea en la que se puede convertir el PFC (proyecto fin de carrera). Gente que ha ido estupendamente bien durante toda la carrera, de repente, el Proyecto final se le atraganta y se pasan dos o tres años de de su vida sufriendo lo indecible. Otros, por las ganas de hacerlo bien, decidan el mismo tiempo, pero esta vez sin tanto sufrimiento.
Suele ser un final de la vida académica un tanto ingrato, pues exige mucha dedicación y, normalmente, en bastante soledad. Cada escuela tiene diferentes planteamientos, en algunas se puede corregir prácticamente cada semana con sus profesores, mientras que en otras, el proyecto será juzgado sin haber tenido prácticamente ninguna corrección. Lo que está claro es que, en muchos casos, los alumnos no acaban excesivamente contentos de este último envite universitario.

Pero, estaría bien plantearnos qué es lo que ocurre hoy día cuando se ha conseguido la gran machada, cuando ya se es arquitecto y con toda la ilusión del mundo se desembarca en el “mundo real”. No olvidemos que la mayoría de las universidades no dejan de ser una gran burbuja en la que se habla de arquitectura, pero no se explica qué es lo que  significa ser arquitecto o, por lo menos, no se habla demasiado en los términos que a continuación analizaremos.
Lo primero que quisiéramos poner encima de la mesa, es que no tiene nada que ver haber acabado Arquitectura en los dos últimos años o haberlo hecho hace seis o siete. En igualdad de condiciones, para aquellos que terminamos antes todo ha sido mucho más fácil. Evidentemente, la situación no era tampoco ideal, pero en comparación a la actual había muchas posibilidades laborares. A día de hoy, creemos que el alumno, salvo rara excepción, desembarca en la práctica profesional de la arquitectura con poca ilusión y siendo bien consciente de la precariedad del sector. Si por lo que sea el exalumno no es muy consciente de la cruda realidad, en cuatro días se dará cuenta de que esto no es el mundo idílico que se le presentó en la Universidad.
También nos gustaría destacar que, para los pocos que tengan la suerte de poder redactar un proyecto de ejecución, éstos tienen la manía de tener normativa, presupuesto y cliente. Sí, sí, son de esos que de los que tan poco se habla durante los años de escuela, pero que en la vida real, nadie nos librará. Ya no habrá un mes para pensar la idea, ni, seguramente, dará tiempo de hacer dos o tres maquetas, ni las ideas rocambolescas que han ido colando durante toda la carrera, aquí tendrán mucho peso.
Sin negar que, lo más importante de cada proyecto seguirá siendo la idea que lo genere, ahora aparecerán un sinfín de acontecimientos que harán que ese proyecto llegue a tener cierto cuerpo o se quede en agua de borrajas. Por suerte o por desgracia, los  honorarios, certificaciones y  plazos de entrega pasarán a un primer plano. Nos gusté o no, somos parte del mundo empresarial, aunque parece que tenemos cierta tendencia a olvidarnos de ello. A pesar de ser arquitectos, tenemos que hacer el IVA, contratos (cuanto mejor redactados mejor) e incluso alguna retención que otra.
No suena tan excitante como hablar de luz, medida y espacio, pero es necesario ponerse al día de estos menesteres. Un estudio de arquitectura es una empresa (quizás con ciertas peculiaridades, pero una empresa, al fin y al cabo), pero por una razón u otra, parece que en muchas escuelas de arquitectura no interesa hablar de esta realidad.
Autores de la entrada: Stepienybarno
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